Ese relativismo moral absoluto en el cual nuestra sociedad chilena funciona, permite afirmar que violar, matar, robar o cometer cualquier delito, ya no pertenece al ámbito de lo inmoral.
Actualmente , la carencia de
valores morales en la política afecta únicamente a los ciudadanos. Algunos piensan que los valores morales es
tan solo un maniqueísmo
de personas con un mentalidad rígida y obsoleta, cuando en la práctica son
el único mecanismo de defensa que los ciudadanos tienen para protegerse desde
el actuar de los poderes del estado.
Argumentando desde la excusa,
específicamente desde el ámbito del tráfico de influencias, una vez más ha
quedado en evidencia la más espantosa realidad, ha quedado en evidencia en
forma explícita, concupiscente y grosera, como es posible abolir los valores
morales a los que se califica como "injustos", sintetizando cruelmente
los límites de la decencia, los límites del bien y del mal, conduciendo toda
discusión a un relativismo moral absoluto donde la expresión y la palabra puede
justificar lo injustificable.
Desde aquí es posible entender
nuestra horrible realidad, el dilema existe, esta realidad que violenta los
derechos ciudadanos justificando lo injustificable permitiendo que un hombre
culpable de matar
a un ciudadano humilde, quede impune sólo por tener un apellido con
"vínculos importantes". Donde se protege a alguien por ser
"privilegiado de cuna", en lugar de hacerlo responsable de sus actos.
Ese relativismo moral absoluto en
el cual nuestra sociedad chilena funciona, permite afirmar que violar, matar,
robar o cometer cualquier delito, ya no pertenece al ámbito de lo inmoral. Más bien, el eufemismo se apodera del
discurso, la mentira cambia de nombre y se convierte en "justicia del
poderoso", contratando abogados prestigiosos y caros, con la misión de
encontrar los medios y las brechas legales apropiadas para mediante una
estrategia semántica y otros condimentos, lograr revertir sentencias
judiciales, a lo menos cuestionables y que reflejan la enfermedad de algunos
que deberían cuidar del buen uso del ordenamiento jurídico chileno.
Esta enfermedad es de rápido
avanzar, con celeridad erosiona y contamina nuestra sociedad chilena, utilizando
el relativismo moral para abusar del ciudadano trabajador, que no tiene poder
para defenderse del sistema. Este fenómeno
no es invisible, se ve en el actuar de las AFP's, en el financimiento de
campañas políticas, en la aplicación de leyes que atentan con el
bienestar de todos los chilenos, en la distribución del ingreso, en el acceso
universal al agua potable, en el abuso de los cobros bancarios, en la ley de
pesca, en la contaminación del agua por parte de las empresas mineras, en la
interpretación antojadiza del STCW por parte del estado de chile, en la tasa
aplicadas por el banco central, en la especulación exacerbada del
mercado... en fin, la lista sería muy
grande para mencionar en esta ocasión.
En el mundo de los sinvergüenzas,
la víctima es el ciudadano honesto, común y corriente. Pues claro, los contrarios a los valores
morales en política deben estar felices y satisfechos, porque la
"mentalidad rígida y obsoleta" de los valores morales y el
"ciudadano común y corriente", no significan nada, para ellos no
existe barrera que pueda contener el poder concentrado, tienen todo controlado.
Lo más anecdótico, por decir
menos, es que son estos mismos políticos sin escrúpulos que llenos de discursos
moralistas piden a los ciudadanos no tratar a la clase política con dureza,
evitando los adjetivos calificativos contraproducentes, argumentando que es
necesario cuidar nuestras instituciones y valorar la democracia. Cuando son ellos los carentes de decencia, son ellos los que
deberían conducir sus carreras políticas con verguenza.
Es cierto, los ciudadanos
seguirán necesitando y buscando políticos honestos (en lo personal he conocido
muchos), empleados públicos honestos (honorarios, a contrata y de planta
funcionaria) en toda la arquitectura del estado, y tengo Fe que los van a
encontrar, pero gracias al abolicionismo moral avanzado, encontrarlos será cada
vez más difícil, porque los valores morales imponen límites que muchas veces
son incompatibles con el comportamiento político actual.
Cuando desaparecen los valores
morales, se borra con el codo la frontera entre el bien y el mal, se pierde el
sentido común y se daña la democracia.
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